miércoles, 10 de febrero de 2010

Quimera


El dulce placer efímero de aquella profunda ensoñación le alcanzaba de lleno.
Sus llamas lamían cada parte de su cuerpo, milímetro a milímetro sin temor, sin dudar, recorriendo su simple cuerpo humano, débil pero tentador como el más delicioso de los pecados, y él, por primera vez en su eterna existencia, envidió al fuego. Envidió aquel fuego imaginario que hacía estremecer cada parte de aquella humana, aquel caluroso y ardiente fuego que hacía emerger pequeños sollozos de aquellos labios inexplorados.
La chica humana pronto comenzó a sudar a causa de un soporífero ardor nocturno que adormecía sus más profundos sentidos, y su frágil cuerpo tembló. Inconscientemente se encogió más en la cama abrazándose a ella misma aún durmiendo, sumergida en un lánguido sueño. Sus murmullos fueron convirtiéndose en silbantes alaridos de agonía que resonaron en la habitación, como la natural e instintiva queja al dolor. Era de noche, bastante tarde y los gritos causados por aquella pesadilla no serían bienvenidos, pero no fue aquella causa por la que se acercó a ella sigilosamente, ni tampoco porque aquellos lamentos fuesen molestos, sino porque sencillamente quería y, sobretodo, necesitaba ayudarla, incluso más allá de lo que su deber le ordenaba.
Se desplazó junto a ella retirando algunos delicados mechones de la extensa cabellera que caían sobre su rostro sudado y aproximó su boca impaciente a su oído, fue entonces, cuando suavemente dejó salir su nombre entre susurros:
-June.
La chica pelirroja giró el rostro con brusquedad, agitándose entre las sabanas, sudando cada vez más.
-No…
Esta vez pasó su mano por su rostro, acarició su frente con delicadeza y volvió a pronunciar su nombre con cariño.
-June… Tranquila, estás a salvo, yo estoy aquí.
El poder que ejercía sobre ella fluyó calmándola como una melodiosa nana que apaciguó sus temores y por fin su cuerpo dejó de temblar dejando escapar un suspiro de aire, de oxígeno… algo que él no necesitaba porque estaba más allá de lo mortal, más allá del mundo sensible al que ella pertenecía, más allá de lo inteligible, pues pertenecía a un mundo de energía pura, un mundo simétrico y perfecto.
Un mundo de luz.
Observó su rostro como aquél que observaba una de las siete maravillas del mundo, fijó su mirada en aquella melena cobriza, ardiente como el propio Sol y pasional como la propia sangre, en sus grandes ojos ahora cerrados que escondían dos hermosos zafiros inconfundibles, en su boca de fresa dulce y a la vez amarga, tan apetitosa que quiso saborearla con lentitud. Reparó en las pecas que adornaban su piel de terciopelo como miles de estrellas alumbrando la noche más fría del gélido invierno, sin duda un rostro humano, quizá imperfecto, pero era por ello por lo que le parecía tan hermoso, tan inalcanzable…
Y no pudo más, inevitablemente la yema de sus dedos recorrieron el rostro de la muchacha con delicadeza, trazando versos de la más triste poesía, dando lugar a tiernas caricias capaces de mover montes y colinas. El tiempo pareció detenerse. Rozó sigilosamente con sus labios aquel cuello ligero dejándose llevar como si de una leve brisa de aire se tratara, tatuando tiernas palabras de amor en él, y dejándose arrastrar por las feroces enredaderas del deseo, se aproximó a su boca persuasiva y algo semejante al amor rozó por un instante la comisura de sus apacibles labios. Maldijo al placer máximo e inaguantable de la tentación que se iba convirtiendo en dolor.
¿Cómo había llegado a esta situación?, ¿Qué le estaba sucediendo? Había caído en una embriagadora trampa de concepto inefable, pero no estaba seguro, o quizás no quería aceptarlo. ¿Qué era aquello que sentía? ¿Encaprichamiento? Fuere lo que fuese le estaba cortando las alas y amarrando sin piedad, y sabia que justo ese hecho sería el error que le llevaría a su perdición, pero… ¿Cómo luchar contra lo que siente uno mismo?, ¿Cómo?, ¿Cómo una humana había conseguido atrapar a un ángel? A una criatura divina, compuesta de luz, creada de la misma manos de Dios, moldeada por la brisa del viento, perfilada por los rayos del sol… ¿Cómo podía un mortal enjaular a una criatura tan perfecta?
De pronto, despertándole de sus pensamientos, recibió un aviso, una voz que no encajaba allí en ese mundo de imperfecciones, en ese mundo humano, una voz dotada de hermosura propia de su mundo recorrió su mente y supo que tenía que alejarse de ella por unos instantes, aunque fuesen los instantes más dolorosos de su vida. Sus superiores le reclamaban y debía ir, echó una última mirada a su protegida y desapareció en el aire, ascendiendo invisiblemente al lugar que pertenecía, sin agitar grandes y majestuosas alas de plumas blancas como mucha gente creería que haría un ángel. Simplemente desapareció como si nunca hubiera existido, abandonó aquella carcasa al que se encontraba atado, abandonó su forma humana que le hacía posible pertenecer a aquel mundo y convirtiéndose en una ráfaga de luz ascendió al cielo. Pensando en ella, en su pequeña humana. Preocupado y a la vez seguro, porque si ella estaba en peligro él lo sabría por el mágico lazo que les unía aunque ella no lo supiera, y él sabía que estaría allí, en el momento justo, en el lugar adecuado, para poder sujetarla y no dejarla caer nunca.



10 Febrero 2010

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